El autor del extrardinario “Una temporada en el infierno”, de cuya edición se cumplen 150 años, vivió rápido y murió joven. Sin embargo, la visceralidad de su estilo y la potencia de sus palabras, siguen impactando como en el primer día
Aunque la categoría de “genio” referida al campo literario siempre fue polémica -sobre todo en la era de “la muerte del autor” promovida por la crítica más contemporánea-, el estadounidense Harold Bloom, de gran popularidad entre el público, la reivindicaba y rescataba al “escritor genio” por su posesión de lo trascendente y extraordinario. Bueno, es cierto que parece una posición radicalmente opuesta a la valoración del texto más allá de la escritora o el escritor en términos biográficos (y a pesar de que el libro de Bloom Genios vendió millones de ejemplares). Sin embargo, es posible afirmar que así como no existen las brujas, pero que las hay, las hay; el conocer la obra (y también la vida de algunos autores) permite pensar sobre los genios: que los hay, los hay.
Miren si no a Arthur Rimbaud, cuyo único libro publicado en 1873 (este año será su 150° aniversario) Una temporada en el infierno dio lugar a cambiar para siempre la poesía (junto al resto de sus cartas y poemas), fue precursor de los surrealistas en la década de 1920 y de los beatniks, ese movimiento que se construyó desde la contracultura estadounidense en los agitados años de 1960.
El libro fue escrito por Arthur Rimbaud a los 19 años después de que terminara su apasionado y violento romance con el consagrado poeta Paul Verlaine, uno de los hombres destacados del simbolismo, con quien había llegado a vivir en Londres dos años (mientras Verlaine abandonaba a su esposa e hija). Pero nos estamos adelantando demasiado. Antes de regresar y contar un poco de esa relación tormentosa, hablemos de Rimbaud.
Arthur Rimbaud nació en 1854 en el seno de un padre militar y una madre miembro de una familia tradicional de Charleville, en la campiña francesa. Su padre los abandonó, junto a dos hermanas, y nunca regresó, cuando Rimbaud tenía seis años. En la escuela se destacó por su inteligencia. Creaba poemas para concursos escolares y a los 15 años, ganó uno de poesía en latín. Escribía con frecuencia con su profesor George Izambard, a quien le señalaba su proyecto de establecerse en París para poder unir poesía y vida, algo que le era negado en su región natal (a pesar de que, para disgusto de su madre, saliera frecuentemente portando una pancarta con la consigna: “Muerte a Dios”). En el epistolario publicado luego de su muerte, Las cartas del vidente, se pueden leer pasajes así:
“Quiero ser poeta y me esfuerzo en volverme ‘vidente’: yo apenas sabría explicárselo y, aunque supiese, usted no comprendería nada en absoluto. Se trata de alcanzar lo desconocido por medio del desarreglo de ‘todos los sentidos’. Los sufrimientos que ello conlleva son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me he reconocido poeta. No es culpa mía en absoluto. Nos equivocamos al decir: ‘Yo pienso’; deberíamos decir: Alguien me piensa. perdón por el juego de palabras.
De vuelta en su hogar en provincias, Rimbaud ordenó los poemas que luego mandó a imprimir bajo el título Una temporada en el infierno. Era cien ejemplares, solamente. Le hizo llegar uno a Verlaine. La mayor parte de ellos permanecieron en un granero en su hogar y sólo fueron descubiertos décadas después por un estudioso en Arthur Rimbaud. A los 20 años, luego de publicar su primer libro, Rimbaud decidió no escribir nunca jamás más versos.
Viajó por Europa, luego se alistó en las tropas holandesas para ser enviado a las colonias y recaló en Indonesia, luego en Java y más tarde en Yemen. Allí se convirtió en un traficante de armas de relativo éxito. La información de esos años es fragmentaria y se debe a las cartas que conservó su hermana. Enfermo, regresó a Francia a los 37 años, donde le fue amputada una pierna. Tenía un cáncer, por el que murió.
Uno de los poemas de ese único libro impreso, que este año celebra 150 años y que permitiría que se desarrolle la leyenda de Arthur Rimbaud hasta la actualidad, se llama “Mañana” y dice así:
¿No tuve yo alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, como para escribirla en hojas de oro? ¡Demasiada suerte! ¿Por qué crimen, por qué error he merecido mi actual flaqueza? Vosotros, que pretendéis que las bestias exhalen sollozos de pesar, que los enfermos desesperen, que los muertos tengan pesadillas, tratad de relatar mi sueño y mi caída. Por mi parte, no puedo explicarme mejor de lo que lo hace el mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!.
“Yo es otro”
Rimbaud partió a París cuando la temperatura de los acontecimientos políticos aumentaba. No pudo, entonces, contactar con los simbolistas y fue arrestado por los militares prusianos que se aprestaban a tomar la ciudad. Es una discusión que no ha terminado, si Rimbaud se encontraba en París durante la Comuna, el primer gobierno obrero de toda la historia. Lo cierto es que escribió poemas apoyando la perspectiva de una república de trabajadores. También se especula con que su poema Mi corazón atormentado cifrase haber sufrido una violación por parte de militares prusianos, mientras regresaba a Charleville.
Sus planes persistían. Rimbaud comenzó a intercambiar cartas con el poeta Paul Verlaine, uno de los más reconocidos simbolistas, al punto que Verlaine le mandó un ticket de tren y una breve misiva que decía: “Ven, gran alma. Se te espera, se te desea”.
Verlaine lo llevó a vivir a su casa, junto a su esposa embarazada. Lo introdujo en la bohemia parisina y hasta lo presentó a Víctor Hugo, que lo llamaba “Shakespeare niño”. La relación entre el poeta anfitrión y el adolescen Rimbaud (acababa de cumplir 17 años) escaló a cimas de pasión, sexo y violencia, mientras Rimbaud experimentaba con el hachís y el ajenjo, bebida alcohólica de una gradación inmensa y que, por su color verde, es apodada “El hada verde” y era muy consumida en la noche bohemia de París.
Mientras, la relación pasional entre los poetas no podía sostenerse en el hogar de Verlaine y frente a su propia esposa. Decidió que viajaran a Londres, donde estuvieron dos años caracterizados por raptos de amor, de violencia y luego de sexo, como método. Al límite de todo, Verlaine viajó a Bruselas a la casa de su madre, y Rimbaud lo siguió. Allí repitieron su rito. Sin embargo, en aquella oportunidad Verlaine tomó una pistola y disparó dos veces, hiriendo a Rimbaud en la mano. La madre del simbolista lo ayudó con las curaciones mientras Rimbaud se hacía de los pasajes para regresar a Charleville. Verlaine pasó dos años preso por el ataque.