Identidad digital o la pérdida de la identidad | Editorial enero 2025

 

Editorial enero 2025

 

Identidad digital o la pérdida de la identidad

Por: Alejandro Jiménez Schroeder

 

La “persistencia de la memoria” de Salvador Dalí (1931) es la representación de la realidad distorsionada. Una realidad que cada vez más se aproxima a nuestra contemporaneidad, en la que la percepción y lo que consideramos realidad están generados mediante algoritmos, sistemas de datos e imágenes que alteran nuestra realidad.

El mítico cuadro de los relojes blandos de Dalí nos evoca la crisis de contemporaneidad al definir qué es real y qué no. Son relojes muy realistas que siguen marcando la hora y, sin embargo, resulta imposible asumir que esa realidad sea nuestra realidad. Relojesderritiéndose como símbolo de la relatividad del tiempo y del espacio, que cobran total vigencia en épocas de esta devastación tecnológica que va consumiendo la memoria, el tiempo y las historias.
El avance de la tecnología nos va sumergiendo, de manera progresiva, en sus dinámicas homogenizadoras, y cada vez resulta más difícil escapar de estos procesos en los que el mundo parece estar cayendo.

 

Hoy nos enfrentamos a la resistencia de la humanidad frente a los vertiginosos avances de la Inteligencia Artificial y al creciente uso de las tecnologías para el control social, que manipula a millones de personas alrededor del mundo cada año. Vivimos inmersos en un mundo digital que redefine nuestra identidad y nuestra relación con el entorno. La transformación de nuestra existencia en un espacio digital ha generado nuevas formas de interacción, comunicación y construcción de nosotros mismos. Sin embargo, este proceso, lejos de ser liberador o de traer la emancipación que prometía «la internet» en sus orígenes, cuando iba a enriquecer a las personas y las culturas al posibilitar la interconexión, la inmediatez y el acceso a la información, ha tendido hacia zonas grises de ambigüedad, donde son las megacorporaciones y el control quienes han sacado provecho y lucro a costa de la explotación de los derechos de millones de personas. Poco a poco, pasamos de ser usuarios a consumidores en un modelo de «Internet» que fue captado por lo más oscuro del capitalismo, vendiendo cadenas de oro para quitarnos nuestras libertades.
Los problemas del ser humano, poco a poco, se han ido agravando, por lo que no es un desatino decir que vivimos en una sociedad enferma. Soledades, depresiones, aislamientos y trastornos son pan del cada día en un mundo de internet que provoca un distanciamiento con nuestra identidad, planteando la pregunta fundamental: ¿Quiénes somos? Y provoca una homogeneización de «filtros», anhelos e intereses, que trae como resultado una crisis de identidad.

 

 

 

El futuro limitado de la Identidad Digital:

El futuro de la identidad digital se perfila como un cambio radical en cómo gestionamos la privacidad y el control social. A través de innovaciones tecnológicas como el chip de identidad digital, se establecen nuevas formas de vigilancia y verificación que permiten el monitoreo en tiempo real de los individuos. Entre las formas más destacadas de control social se encuentran la verificación de identidad mediante el uso del chip de identificación personal (ID), que reemplaza documentos tradicionales, y el escaneo del iris ocular, una técnica biométrica altamente precisa. Además, se incorporan tecnologías como el reconocimiento facial, las huellas dactilares, la geolocalización constante, el análisis de patrones de comportamiento y las interacciones digitales a través de dispositivos conectados.  Este entramado de control no solo redefine la seguridad, sino también la manera en que se gestionan las libertades individuales, pues cada acción queda registrada y monitoreada a través de diversas plataformas, creando un sistema interconectado que supervisa casi cada aspecto de la vida cotidiana.

La transición de lo físico a lo virtual en la forma en que nos presentamos al mundo está diluyendo la esencia de lo que somos, sustituyendo la riqueza de lo real por una representación fragmentada y mediatizada. En la actualidad, las plataformas digitales nos permiten construir y exhibir una versión idealizada de nuestra identidad. Los «likes», las imágenes seleccionadas y los comentarios se convierten en validadores de nuestra existencia en línea. Sin embargo, la construcción de esta identidad digital no siempre responde a una búsqueda de autenticidad, sino a una necesidad de aceptación dentro de un sistema algorítmico que no solo clasifica nuestras interacciones, sino que también las predice y las controla.

La identidad digital se convierte así en una creación basada en la selección y la edición, un filtro que reconfigura nuestra esencia para ajustarse a las expectativas de la sociedad virtual. La pérdida cultural que implica esta identificación a través de códigos digitales es profunda. La digitalización de nuestra memoria, nuestras interacciones y nuestra historia colectiva está reemplazando formas tradicionales de conocimiento (más orgánicas) como la oralidad, el lenguaje corporal, la experiencia física y sensorial, por una cadena de bits y bytes, que generan a través del algoritmo una representación vacía de la cultura.

Para el comité editorial de Lapislázuli Periódico, y todos los integrantes de la Fundación FUNLAZULI, vale más un escrito, un cuadro, un dibujo con la carga cultural, el proceso, las reflexiones y preocupaciones cuestionamientos del ser humano, que una obra elaborada por servidores que repiten patrones y usan algoritmos que han sido creados intencionalmente para direccionar una homogenización que favorezca al mercado, al control social, al consumo y la pérdida de lo que nos hace humanos.

 

El ser humano: la imperfección más perfecta

El ser humano por principio es diverso, es complejo, es rico en historias y tradiciones. Es curioso y soñador. La visión y misión de FUNLAZULI siempre ha sido enaltecer al ser humano en todas sus facetas y en este proceso hemos reconocido que la perfección del ser humano está en no pretender una “perfección homogenizada” en la que perdería todo el sentido la existencia humana. La tecnología que a través de algoritmos nos priva de la posibilidad de pensar, de cuestionarnos, de equivocarnos y aprender. La tecnología que “simplifica” procesos para producir resultados, o aquella que nos arrebata nuestras particularidades históricas, culturales y sociales; es mala tecnología.

La «autenticidad» de nuestra historia se ve amenazada por las huellas digitales que dejamos atrás, que pueden ser editadas, borradas o manipuladas según los intereses de las plataformas que los almacenan. Este fenómeno no solo afecta a las personas individuales, sino que también resquebraja las bases mismas de la cultura. Los relatos históricos, las tradiciones y las prácticas que nos han definido como sociedad se ven desfiguradas por la hegemonía de los algoritmos que prefieren los datos que son fáciles de almacenar y procesar.

Además, la virtualización de nuestras vidas nos conduce a una paradoja: la facilidad con la que podemos conectarnos con otros y compartir aspectos de nuestra vida cotidiana nos aleja cada vez más de la experiencia directa, presencial y profundamente humana. El espacio digital, aunque lleno de posibilidades, también crea una distancia emocional y existencial, erosionando nuestra capacidad de estar plenamente presentes. Nuestra identidad, entonces, se diluye entre millones de datos que forman una especie de collage sin contornos definidos, donde lo que somos se convierte en algo negociado y maleable, susceptible a las influencias externas y las expectativas de un entorno que apenas logramos comprender.

La constante exposición a una realidad digital en la que todo puede ser alterado y reconstruido puede inducirnos a una sensación de desarraigo, de no saber quiénes somos realmente. ¿Quién soy en un entorno que me ve solo como una sucesión de interacciones cuantificables? ¿Cómo puedo preservar mi identidad cuando mi ser está fragmentado en múltiples plataformas, cada una ofreciendo una versión diferente de mí mismo?

 

El futuro pinta distópico

No son tiempos fáciles para la humanidad, por lo que aferrarse al arte, a los valores como la hermandad y la conciencia parecen ser las únicas armas que tenemos para resistir a ese futuro distópico y apocalíptico que se avizora en el porvenir. Cientos de artistas han retratado como cada vez estamos más cerca del punto sin retorno en donde la humanidad pierda su humanidad y lo que hoy se conoce como patrimonio cultural de las naciones desaparezca. Uno de los artistas que se ha dado a la tarea de retratar ese mundo distópico es el artista polaco Zdzisław Beksiński quien a través de su obra refleja paisajes desolados, estructuras deformadas y seres inquietantes, y la deshumanización del Ser Humano.

Mientras Dalí plasmaba “La persistencia de la memoria” la dilusión del tiempo y la realidad como parte del surrealismo que expandía las posibilidades, los discursos y las realidades que daban origen a nuevas utopías, hoy vemos cómo esos relojes deformados parecen medir el tiempo de una manera que ya no tiene sentido. Nuestra identidad digital se diluye en la infinitud de un espacio donde todo es posible, pero nada es concreto. La fluidez y relatividad de nuestra imagen virtual nos obliga a preguntarnos: ¿hasta qué punto somos dueños de nuestra propia identidad en un mundo que nos exige, constantemente, reinterpretarnos a través de los filtros de los algoritmos?

La identidad digital, en su naturaleza misma, está marcada por una paradoja: la de tener en su ser simultáneamente una herramienta de empoderamiento y una vía de despersonalización. En este contexto, la reflexión sobre lo que significa ser humano en la era digital se vuelve crucial. Solo a través de la conciencia crítica y el ejercicio de la memoria podemos empezar a preservar una identidad que no sea reducida a una simple representación mediada por la tecnología, sino que conserve su esencia y su capacidad de conectar genuinamente con el mundo.

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Editor FUNLAZULI

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