El peso de ganar un Oscar: impacto en las películas y sus directores

¿Ganar un Oscar es realmente una bendición?

Ganar un premio de la Academia, ese famoso Oscar que todos los cineastas sueñan, parece ser la meta final en la carrera de un director. Es el momento donde el talento, la suerte y el reconocimiento se cruzan para elevar a alguien al olimpo del cine. Pero, ¿de verdad este galardón garantiza una vida artística más plena? No estoy tan seguro.

El Oscar es sin duda un sello de prestigio. Para muchos directores, significa abrir la puerta a proyectos más grandes, presupuestos más generosos y libertad creativa. Es como si Hollywood te dijera: “ahora confiamos en ti, haz lo que quieras”. Guillermo del Toro, por ejemplo, lo vivió así. Después de ganar con La forma del agua, pudo dar vida a su hermoso Pinocho, una joya que probablemente no habría existido sin ese impulso del Oscar. Pero, al mismo tiempo, no todos logran capitalizar ese momento dorado.

Hay directores que ganan el Oscar y después parecen desaparecer del radar. No porque pierdan talento, sino porque el peso de la expectativa se vuelve insoportable. Damien Chazelle es un caso claro: con La La Land alcanzó la cima siendo tan joven que casi parecía injusto. Pero luego, con First Man y Babylon, el público y la crítica ya no le perdonaron ni una. Como si después del éxito no se le permitiera ser “humano”.

Y es que ese es el verdadero problema del Oscar: la presión. La industria y el público esperan que cada nueva película sea igual o mejor que la anterior, y eso, en un arte tan impredecible como el cine, es casi imposible. Muchos terminan atrapados entre repetir fórmulas o arriesgarse y fracasar.

Desde el punto de vista comercial, claro que el Oscar ayuda. Las películas ganadoras suelen disparar sus ganancias de forma impresionante. Parásitos aumentó su taquilla más de 200 % después del premio. El discurso del rey hizo más de 400 millones en todo el mundo. Pero ese éxito financiero no siempre garantiza libertad creativa; a veces los estudios usan el Oscar como una etiqueta de venta y nada más.

Además, no se puede ignorar el lado polémico del asunto. Películas como Green Book o Crash fueron aplaudidas en su momento, pero con el tiempo se han convertido en símbolos de cómo la Academia a veces premia historias “cómodas” más que profundas. Los directores, por muy talentosos que sean, quedan atrapados en esas discusiones, y eso puede manchar su legado.

También está el dilema del siguiente paso. ¿Qué hacer después de ganar el Oscar? Kathryn Bigelow eligió el camino difícil: seguir explorando temas complejos y arriesgados, aunque eso no le asegurara grandes cifras. En cambio, Sam Mendes optó por el espectáculo y terminó dirigiendo Skyfall y Spectre, grandes éxitos comerciales. Dos caminos distintos, ninguno necesariamente incorrecto, pero ambos marcados por el peso del premio. En definitiva, ganar un Oscar es una espada de doble filo. Sí, abre puertas, trae dinero y prestigio, pero también puede encerrar a los directores en una jaula de oro. El verdadero desafío no está en ganar el premio, sino en mantener viva la pasión por contar historias, sin dejar que la fama ni la presión te roben la voz. Porque al final, el Oscar se guarda en una vitrina; la creatividad, en cambio, hay que defenderla todos los días.

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Editor FUNLAZULI

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