Fuente: cerosetenta.uniandes.edu.co
Por: Lina Vargas Fonseca
Erial, de la escritora bogotana Diana Obando, no es una novela. Tampoco son cuentos, al menos no en el sentido clásico. Ni ensayos. Si su género tuviera que definirse, quizás la palabra justa sería “fragmentos”, así lo menciona el jurado —compuesto por lxs escritorxs Yolanda Reyes, Jazmina Barrera y Álvaro Robledo— que lo escogió como el libro ganador del más reciente Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica. Al terminar Erial queda la sensación de haber leído narraciones discontinuas, destellos, como las imágenes que se suceden al bajar la pequeña palanca de ese juguete retro llamado View-Master. Pero también queda la sensación de haber entrado a un mundo donde hay crueldad y compasión y los humanos conviven con animales, vegetales y minerales. Un mundo levemente distorsionado, cotidiano, enrarecido.
Son 19 relatos breves, incluido un prefacio, que reciben títulos de una sola palabra: “Res”, “Niebla”, “Naranjas”, “Ropa”, “Pájaros” y que, a su vez, están contenidos en un título general igual de inquietante: erial es un término que se refiere a una porción de tierra sin cultivar ni aprovechar y que en el libro es definido como “un grupo de árboles flacos doblados en la misma dirección como si el viento los azotara”. La escritura de Obando es de frases cortas, sin rodeos, pero eso no quiere decir que sea seca o demasiado concreta. Por el contrario, el trabajo con el lenguaje —por ejemplo, que los diálogos no estén precedidos por guiones sino insertos en la narración como en un recuerdo— lleva a que los relatos floten en una niebla que en lugar de privilegiar la anécdota capta una esencia, una verdad que no solo apela a lo humano, sino a eso que se nombra como la naturaleza.
“El novillo, apuñalado y agonizante, con los ojos muy abiertos, encontraba fuerzas de repente, como si un rayo lo tocara con la terrible claridad de verse muriendo» — «Res».
Así, en “Res” un muchacho intenta sacrificar un toro para demostrar su hombría, pero falla y la agonía del animal se convierte en su propia agonía. “El novillo, apuñalado y agonizante, con los ojos muy abiertos, encontraba fuerzas de repente, como si un rayo lo tocara con la terrible claridad de verse muriendo; pataleaba un momento y luego solo respiraba a toda velocidad, con un temor que le daba vértigo a Simón”.
En “Caña” una charla en la cocina abre un torbellino en la memoria en el que Obando consigue oscurecer la narración hasta llegar casi al terror. Una abuela les cuenta a sus nietos que cuando era chiquita pasó una noche en un cañaduzal y allí, mientras macheteaba para abrir camino, se cortó una mano y no se sabe si ese hilo que sintió era sangre o una serpiente o miedo. La abuela guarda silencio y un nieto le pregunta: “¿Pero qué pasó después, abuelita?”. “Nada”, contesta ella. Esa frase encierra una de las claves de la escritura de Obando quien en una entrevista para El Árbol Rojo, un programa de Uniminuto Radio, comentó que para ella la estructura narrativa de inicio, nudo y desenlace es prescindible. En efecto, muchos de sus relatos empiezan de golpe, quien los lee cree asomarse a una historia que trascurre desde hace tiempo. Asimismo, lo que pasa suele ser mínimo, aunque determinante: un recuerdo de infancia, la experiencia del terror o de la soledad, una conversación, un sueño, un dolor intenso. El final casi siempre permanece abierto, haciendo eco.
En esa misma entrevista, Obando, nacida en Bogotá en 1987, cuenta que sus abuelos y su padre vivieron en el campo. En los relatos de Erial el campo es recurrente, pero también las ciudades pequeñas o los barrios de las ciudades grandes. En “Pájaros” la naturaleza en la figura de un nevado más que amenazante se torna viva, aunque eso abre la posibilidad de que el protagonista sucumba: “Entonces entendió el rechazo que la gente del pueblo sentía por el monte. Era muy poco lo que separaba a una persona de todo eso que parecía tan junto, tan indistinto, y también muy poco lo que se podía hacer para no ser tragado”.
Acercarse a los relatos de Erial es también, si se permite el símil, como adentrarse en un páramo, el tropo ideal de la literatura gótica: una sensación nebulosa, de silencio y quietud, y a la vez llena de presencias.
Acercarse a los relatos de Erial es también, si se permite el símil, como adentrarse en un páramo, el tropo ideal de la literatura gótica: una sensación nebulosa, de silencio y quietud, y a la vez llena de presencias. Obando ha mencionado que su escritura no separa lo vivo de lo inerte, entendiendo lo inerte como los seres que habitan el reino mineral. En “Niebla” una mujer llamada Ana recuerda una situación de infancia, catastrófica y extrañísima, en la que su familia se vio envuelta durante un viaje en carretera cuando “la niebla se había cerrado mientras bajaban del páramo”. Y en un giro temporal perfectamente hilado, la misma Ana ya grande se entera de que la emisión de ondas de sonido, como las producidas por un aplauso, hace que la niebla baje de la montaña. “Al principio todos aplaudieron con una mezcla de timidez y escepticismo, pero luego, cuando el banco de niebla empezó a bajar obedientemente por la montaña, no hubo nadie que no se lo tomara en serio”.
Aunque Erial es su primer libro individual, la relación de Obando con la escritura lleva años. De su familia heredó una tradición oral en la que, como escribió para Infobae, “las historias que se contaban eran sobre muertos, guacas, duendes y fantasmas”. A los 14 años ganó un premio nacional de poesía y, tras estudiar Ciencia Política y Escritura Creativa en la Universidad Nacional, participó como coautora en proyectos de memoria histórica y reparación colectiva, también en el libro Plantas de ciudad (Himpar, 2022). Obando ha estudiado cerámica, botánica y onironautismo o la capacidad de soñar siendo consciente de que se está soñando. Esos oficios se tejen en su escritura que es también un cúmulo de vivencias y situaciones: fragmentos. En “Naranjas”, un hombre sufre un derrame cerebral y en ese trance entre la vida y la muerte ve a su perro de infancia. “Entonces entendió lo que estaba pasando y dispuso el cuerpo para dejarse lamer. Orión avanzó por la frente y la coronilla e Iyari empezó a llorar: el alivio era indecible”.
Erial, que Obando empezó a escribir en 2017, abre con un prefacio que es un relato más. Habla sobre un tigre, sobre la naturaleza aterradora y fascinante, sobre episodios tan vitales como comer o sentir miedo y quizás también sobre el acto de crear que se prepara lenta, cautelosamente: “Recién entonces empezaron a salirle las manchas: le fueron saliendo de a una por cada cosa que aprendió”.
Erial en la Filbo
Diana Obando participará en dos eventos de la Feria Internacional del Libro de Bogotá con el sello de 070 Podcasts. El domingo 23 de abril estará en la charla y grabación en vivo de Womansplaining «¿Cómo armar un cuarto propio?», junto a las escritoras Laura Ortiz y Flor Bárcenas, quienes conversarán con Gloria Susana Esquivel y Lina Vargas Fonseca. Será a las 4 pm en el Gran Salón C. Además, el viernes 28 de abril a las 7 pm en la zona de firmas de Ecopetrol, Obando conversará sobre su proceso creativo con María Camila Agudelo, directora del podcast Punto y Coma.