Cada 21 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Poesía, una fecha proclamada por la Unesco para celebrar el poder transformador de las palabras. Este día es más que una ocasión para rendir homenaje a la belleza literaria de los versos: es un recordatorio de que la poesía, en todas sus formas, ha sido un vehículo fundamental para la resistencia, la protesta y la reafirmación cultural, especialmente en los movimientos sociales y las culturas originarias. En estos contextos, la poesía no solo refleja la realidad, sino que también crea un espacio de resistencia ante la opresión y una herramienta de reivindicación frente a la invisibilidad.
Para muchas culturas originarias, la poesía es una tradición que se ha transmitido oralmente a lo largo de los siglos, preservando historias, sabidurías y cosmovisiones que, de otro modo, habrían sido silenciadas por la colonización y las dinámicas de dominación cultural. En este sentido, la poesía cumple un rol vital en la preservación de lenguas, mitos, rituales y una forma de entender el mundo que está profundamente conectada con la naturaleza, los ancestros y la espiritualidad.
Las comunidades indígenas, a través de sus poetas y narradores, han logrado crear un espacio en donde la resistencia cultural y política se manifiesta en cada verso. Estos poetas, al igual que los oradores tradicionales, no solo recitan poemas: tejen una narrativa colectiva, uniendo a sus pueblos a través de la memoria histórica y la conciencia social. En muchos casos, la poesía es una forma de reivindicar la autonomía, la identidad y la conexión con la tierra, aspectos que han sido amenazados por la colonización y el extractivismo.
El poema se convierte, entonces, en un espacio de lucha. Poetas como Náhuatl, Mapuche, Quechua, entre otras lenguas originarias, utilizan sus versos no solo como arte, sino también como grito de resistencia frente a la violencia sistemática y el despojo de sus tierras y derechos. La poesía, en estos contextos, tiene el poder de reunir a la comunidad, fortalecerla y recordarle que su lucha es válida y necesaria.
En el ámbito de los movimientos sociales contemporáneos, la poesía ha jugado un papel crucial como catalizador de conciencias. Desde las luchas por los derechos civiles hasta las protestas por la justicia social y la equidad, la poesía se ha convertido en una herramienta de resistencia frente a la opresión política y económica.
Los poetas de los movimientos sociales a menudo se convierten en voceros de los marginados, alzando sus voces en nombre de aquellos que no tienen plataformas para ser escuchados. En momentos de crisis, cuando las luchas por la justicia se intensifican, la poesía emerge como una manera de articular el dolor, la esperanza y la resistencia. La poesía tiene una capacidad única para transmitir el sentimiento colectivo de lucha, algo que puede ser más difícil de comunicar a través de otros medios. “Un poema puede ser un disparo en la oscuridad”, como diría el poeta y activista Pablo Neruda, cuya obra ha sido un símbolo de lucha contra la opresión.
En América Latina, la poesía ha sido fundamental en las luchas por la justicia, la paz y la democracia. Desde el Movimiento del 68 en México, hasta las dictaduras en Argentina y Chile, los poetas y escritores han sido pioneros en visibilizar las injusticias sociales, convocando a la unidad y movilización a través de las palabras. Este uso de la poesía como forma de resistencia tiene una raíz profunda en las culturas indígenas, que siempre han utilizado la oralidad y la poesía como herramientas para mantener vivas sus historias y denuncias.
En un mundo cada vez más globalizado, la poesía se mantiene como un lenguaje común que puede conectar diferentes realidades y culturas. Para las comunidades originarias, esta conexión puede ser doblemente poderosa: no solo son los portadores de sus propias tradiciones poéticas, sino que también logran poner esas voces en diálogo con otros pueblos del mundo.
La poesía, en este contexto, se convierte en un puente entre mundos, un medio para visibilizar las luchas indígenas dentro de un marco global. Además, en un momento en que las lenguas originarias están en peligro de extinción, la poesía es una forma poderosa de preservarlas. Poetas contemporáneos indígenas están llevando adelante un trabajo de revalorización cultural, recuperando las lenguas maternas y trasladando a ellas sus conocimientos ancestrales. La poesía se convierte entonces en un acto de resistencia lingüística que desafía la homogeneización cultural impuesta por los sistemas dominantes.
En este Día Mundial de la Poesía, es esencial reconocer y valorar el papel fundamental de la poesía en los movimientos sociales y en la preservación de las culturas originarias. La poesía no solo embellece la vida, sino que también la transforma. A través de la palabra, las comunidades han resistido la opresión, han afirmado su identidad y han luchado por sus derechos.
La poesía es un acto de amor y de lucha. Es una forma de no olvidar, de no dejarse arrastrar por la marea del olvido. En cada verso, en cada estrofa, hay un reflejo de las historias que debemos seguir escuchando, porque, como dice el poeta Mario Benedetti, “la poesía no cambia el mundo, pero sí cambia a quienes pueden cambiar el mundo”.
Este 21 de marzo, conmemoramos no solo la belleza estética de la poesía, sino también su poder transformador. En la lucha por los derechos de los pueblos originarios y en las causas sociales actuales, la poesía sigue siendo una herramienta fundamental para romper el silencio y exigir justicia. Porque, al final, como bien lo decía Gabriela Mistral, “la poesía es una palabra que arde”. Y en estos tiempos de tanta opresión, la poesía sigue siendo la llama que ilumina el camino hacia la libertad y la dignidad.