Daniel Tinoco: Trayectoria de un peruano construyendo comunidad en Europa
Daniel Tinoco tiene 53 años y, al escucharlo hablar, se percibe una vida atravesada por la migración, el esfuerzo y el compromiso con la comunidad. Nació en Lima, pero su historia se despliega mucho antes de esa ciudad: en los Andes peruanos, donde su padre y su madre vivieron a más de 4 000 metros de altura. A través de su historia, Daniel Tinoco demuestra que migrar no solo es desplazarse físicamente, sino también construir puentes culturales, luchar por justicia y mantener vivas las raíces, la memoria y la identidad, incluso lejos de casa.
“Yo no soy limeño ‘puro’; yo soy serrano, soy de los Andes, soy de mi padre. Él nació a 4 105 metros sobre el nivel del mar, y mi madre a 4 800”, dice Daniel, recordando su origen con un orgullo silencioso. La migración de sus padres a Lima, en los años 60 y 70, fue parte de una ola que traía a los habitantes de los Andes en busca de oportunidades y educación. Sus padres tenían clara la meta: no quedarse estancados. La familia, que ya contaba con cuatro hijos mayores que habían viajado con ellos desde Junín a Lima, eventualmente decidió mirar más lejos: Europa.
Daniel creció en San Luis, un barrio humilde de Lima, rodeado de vecinos que vendían frutas, verduras y productos de la tierra. La vida allí era intensa, cotidiana y de supervivencia, pero también llena de magia: los mercados, los juegos de niños con piedritas o bolitas en la calle, y una comunidad que se sostenía con esfuerzo. “En ese contexto vi de cerca la pobreza desde mi infancia. Eso marcó mi vida y me permitió comprender la realidad de manera muy profunda”, recuerda.
A los 16 años llegó a Madrid, España, y desde el primer día se sumergió en la vida laboral. Su hermano Hugo había inaugurado un restaurante, El Maíz, y Daniel comenzó a trabajar de camarero, aprendiendo el oficio con rapidez. “Mi hermano me dio dos besos y me dijo: ‘Mira, la cocina. Ponte en la barra’. Desde el primer día, ya estaba trabajando en gastronomía”, cuenta con una sonrisa nostálgica. Esa experiencia inicial fue decisiva: Daniel no se detuvo ahí; aprendió carpintería, escayola, pintura, construcción, y todo oficio que se cruzara en su camino. Su aprendizaje fue autodidacta, un recorrido constante que lo preparó para enfrentar la vida en un continente nuevo.
El tiempo en España fue, sin embargo, un mosaico de privilegios y dificultades. Los primeros años fueron luminosos: trabajo estable, dinero, salud y la reunión familiar. Pero con el paso de los años aparecieron episodios de racismo y exclusión. Recuerda un incidente aterrador en su bar, La Barmacia: “De repente, alguien toca la puerta. Miro por el ojo de pez, abro y veo a un tipo. Pensé que podía ser un amigo, pero de repente me apunta con una pistola en la frente… Me quedé completamente paralizado. Todo el bar salió a la calle… fue terrible y estremecedor”.
El amor cambió su rumbo. Durante sus estudios en Córdoba conoció a Suzanne, su primera esposa. La relación le ofreció un nuevo horizonte: Alemania. “Ella me dijo: ‘Daniel, he presentado mi solicitud de estudios en Hamburgo y Berlín; me voy. Si quieres venir conmigo, ven’. Lo pensé bien, lo analicé, y comprendí que era la mejor decisión”, recuerda. Su vida dio un giro que lo llevaría finalmente a Marburg, una ciudad donde construiría comunidad, cultura y activismo.
En Marburg, Daniel encontró un terreno fértil para su pasión por la radio y la cultura. Comenzó hace más de veinte años en el Café Trauma, un centro cultural que reunía a activistas, artistas y músicos. Luego desde Radio Unerhört Marburg nació Basic Music, su programa de músicas del mundo, y con los años surgió Wiphala Radio, un proyecto que combina educación cultural, promoción de lenguas indígenas y difusión musical.
El activismo de Daniel no se limita a la radio. Surge de un compromiso profundo con la familia y las generaciones futuras: “Siempre quise tener hijos, un núcleo familiar. Eso me impulsó a ser activista: porque decidí tener familia y luchar por las generaciones futuras. Ahora tengo cuatro hijos”. Su mirada social y política se nutre de experiencias personales y de un sentido ético muy definido: no puede permanecer indiferente ante la injusticia, la violencia o la manipulación mediática.
Cinco preguntas y respuestas __________________
FUNLAZULI: En tus palabras, ¿Quién es Daniel Tinoco?
Daniel: “Yo tengo 53 años. Nací en Lima y viví allí hasta los 16 años. Después, mi familia emigró a Europa, específicamente a España… Mi familia también salió. Mis cuatro hermanos mayores viajaron con mis padres desde Junín hacia Lima… Esa se convirtió en la meta”.
FUNLAZULI: Emigrar suele ser un proceso complejo que despierta muchas emociones. ¿Cómo te sientes cuando piensas en tu país?
Daniel: “Negar a tu país es como negar a tu madre. Ahora mismo siento que ya no tengo ni a mi padre ni a mi madre; mi madre falleció el año pasado. Por eso, hoy me siento más peruano que nunca… En ese momento no me preocupé por elegir una carrera específica, porque el abanico de posibilidades que se me abría era enorme”.FUNLAZULI: Antes de pasar a Alemania, que me parece que eso tiene una parte apasionante en España. ¿Tú sentiste discriminación cuando tú decías que eras peruano?
Daniel: “Sí, sí, claro. Al principio todo era maravilloso. Los primeros años fueron hermosos. Pero luego surgieron episodios de racismo… A partir del año 1994, había muchísimo racismo en España. Eso es un detalle importante… Hasta hoy en día, muchos españoles no saben muy bien definirse a sí mismos como españoles; muchos sienten vergüenza de llamarse españoles, aunque también hay quienes no”.FUNLAZULI: Hablando de activismo, ¿qué causas son las que te impulsan a actuar en este lugar?
Daniel: “Por las generaciones… siempre quise tener hijos, un porqué para vivir, un núcleo familiar. Para mí, la familia es el núcleo básico de la sociedad… Ese momento me hizo abrir los ojos y ver el mundo de otra manera. Con el tiempo entendí que era fundamental ser consecuente con esos sentimientos y con esa mirada sobre la vida”.FUNLAZULI: Nos has contado que llevas más de 20 años realizando labor cultural, siempre de manera desinteresada y sin ánimo de lucro. ¿Qué te motivó a dedicar tanto tiempo y esfuerzo a esto?
Daniel: “Siempre he hecho esto por amor al arte, por todos nosotros y por las generaciones futuras. Lo he hecho por mis hijos y para que la gente comprenda lo que significa esta ciudad… Estoy muy feliz de trabajar con la Universidad, de haber creado la Asociación de Estudiantes Iberoamericanos y de colaborar con ellos… Cuando me preguntan sobre mi afiliación política, izquierda, centro, partido, siempre digo: ‘Yo soy yo’”.
Daniel sigue hoy en Marburg, entre la radio, la organización cultural y su familia. La ciudad alemana se ha convertido en un lugar donde su identidad latinoamericana se celebra y se comparte, donde su activismo encuentra eco en la juventud y donde cada proyecto, desde clases de quechua y aymara hasta proyecciones de cine, refuerza su visión de un mundo más consciente y conectado. Su mirada hacia el futuro es clara: “Ser activista significa luchar hasta el último día de tu vida… Tengo que luchar por mis hijos, por todos nosotros, pero especialmente por ellos. No hay vuelta atrás”.
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