El verdadero propósito de la lectura

—Maestro, he leído muchos libros —dijo el alumno una tarde—, pero con el tiempo he olvidado la mayoría. Entonces… ¿para qué sirve leer?

La pregunta quedó suspendida en el aire.
El maestro no respondió. No hizo un gesto, no ofreció explicación alguna. Solo lo miró en silencio, como si la respuesta necesitara madurar antes de ser dicha.

Pasaron varios días.

Una mañana, maestro y discípulo caminaban juntos hasta la orilla de un río. El agua corría lenta y clara, arrastrando hojas, reflejando el cielo. Se sentaron bajo la sombra de un árbol. Tras un largo silencio, el anciano habló:

—Tengo sed. Tráeme un poco de agua —pidió—, pero usa ese colador viejo que está ahí.

El alumno lo miró, desconcertado. El objeto estaba oxidado, lleno de agujeros, cubierto de tierra y manchas oscuras. El pedido era absurdo. ¿Cómo llevar agua con algo que no podía retenerla?

Aun así, no discutió. Tomó el colador y se acercó al río.

Lo intentó una vez.
El agua se escapó antes de dar dos pasos.
Volvió a intentarlo.
Corrió más rápido.
Intentó tapar los agujeros con los dedos, inclinar el colador, cambiar la forma de sujetarlo.

Nada funcionó.

Una y otra vez el agua se perdía en el camino, volviendo al río del que había salido. El esfuerzo lo dejó sin aliento. Finalmente, vencido por el cansancio y la frustración, regresó junto al maestro y se sentó a sus pies.

—Lo siento —dijo—. He fracasado. Era imposible cumplir tu pedido.

El maestro lo observó con una leve sonrisa y respondió con voz serena:

—No has fracasado. Mira el colador.

El alumno lo tomó entre sus manos. Entonces lo vio.

Aquel colador viejo, ennegrecido y cubierto de suciedad… ahora brillaba. El óxido había cedido. Las manchas habían desaparecido. El paso constante del agua lo había limpiado por completo.

El maestro habló entonces, con calma:

—Así es la lectura.

—No importa si no recuerdas cada palabra, cada idea o cada página que has leído.
—No importa si el conocimiento parece escaparse de tu memoria, como el agua que no lograbas retener.

Porque mientras lees, algo ocurre.

Tu mente se aclara.
Tu lenguaje se afina.
Tu sensibilidad se expande.
Tus pensamientos se ordenan sin que lo notes.

La lectura no siempre se queda en la memoria, pero deja huellas profundas. Lava prejuicios, pule el juicio, ensancha la mirada. Aunque no puedas señalar el momento exacto del cambio, este sucede.

—Leer —concluyó el maestro— no es solo acumular ideas.
Es transformarse en silencio.

Porque el verdadero propósito de leer
no es llenar la cabeza,
sino limpiar el alma.