Entre la difusión del discurso literario y su banalización
Por: Jafitza Bautista Quipo
En los últimos años he visto cómo crece la "escena" literaria en Bogotá. "Escena" que incluye desde la realización de festivales, talleres de escritura, clubes de lectura y concursos, hasta el surgimiento de un sinnúmero de proyectos independientes que han logrado desempeñar a un tiempo las labores de edición, distribución y venta. Hay además un interés notable de ciertas entidades públicas y privadas como el Ministerio de Cultura y el Goethe Institut, respectivamente, que desembocan en una serie de estímulos tales como becas de creación, viajes y dinero en efectivo.
A través de los diferentes festivales literarios a los que he asistido he logrado identificar a por lo menos cien "escritores" bogotanos de todas la edades y a otro tanto de poetas oriundos de otras regiones del país y del mundo. Y creo que este es uno de los logros del creciente espectro de festivales de literatura capitalino: el gran número de escritores que ponen a la orden de los asistentes.
Haré aquí una breve pausa para mencionar los festivales capitalinos más notables: el Festival Internacional de poesía de Bogotá, es el festival más antiguo de poesía en la ciudad, su primera versión data del año 1992 y se desarrolla de la mano de la revista Ulrika y la editorial del mismo nombre y de las Jornadas universitarias de poesía. El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, que completa este año su sexta versión y que está bajo la dirección del colectivo literario La raíz invertida, cuenta con el apoyo de la Red Capital de Bibliotecas Pública Biblored; el Festival de literatura de Bogotá funciona bajo la dirección de la Fundación Fahrenheit 451 desde 2011; el Festival La fuerza de la palabra que si bien se realiza en Chía desde 2007, en su último número logró realizar varios eventos en Bogotá; y mencionaré como casos especiales, las actividades que realiza el Gimnasio Moderno en sus instalaciones: Las líneas de su mano, que este año completó su séptima versión y la Semana Visor de poesía, llamada así por la editorial de poesía española del mismo nombre. Hay aparte de estos, algunos intentos de Festivales, que si bien son válidos, aún no cuentan con el despliegue logístico ni con el reconocimiento legal.
Una de las mayores preocupaciones de los escritores es no poder vivir de su escritura. La escritura no se concibe en la época actual como un trabajo y la mayoría de escritores deben buscar sostenerse económicamente en otras áreas. Creo firmemente que el acceso a la literatura no debe ser una práctica elitista; la palabra está disponible para todos, y así debe estarlo la literatura, pero creo que en el caso de la literatura, los festivales les han hecho tanto daño a los autores, como los festivales musicales a los músicos. En la actualidad son muy pocas las personas que están dispuestas a pagar por asistir a un concierto cuando puede esperar un par de meses para verlo totalmente gratis en un evento masivo, pagado bien sea por la empresa pública o por la privada. Esto sucede con la literatura. Con el agravante de que ha sucedido siempre. La literatura no parece caber dentro del amplísimo espectro profesional (o simplemente no estamos haciendo lo suficiente para que sea reconocida como tal).
El Festival Internacional de poesía de Bogotá, tiene una ventaja y es que es un emblema en cuanto a festivales literarios se trata, sin embargo en los últimos años han sido evidentes varios factores que entorpecen la calidad del mismo. El empoderamiento de algunos autores, bien sea porque son considerados "vacas sagradas" o bien, porque se han creado lazos de interdependencia entre autores y gestores culturales. No deja de sorprender que aún dentro de lo que parecen ser eventos independientes de los grandes espacios como la Feria Internacional del Libro de Bogotá, haya cierto código a obedecer para poder hacer parte de los mismos. Por estas razones los asistentes deben conformarse con la programación de dicho festival, que hay que decirlo, es en muchos casos mediocre. No sólo porque están llenos, como dije anteriormente, de autores anquilosados que no han escrito un buen libro en los últimos diez años, sino que dado el bajo presupuesto de los festivales, a veces el pago a los autores es inexistente; por lo que son pocos los que aceptan estos términos, y varios de estos son los que ni siquiera tienen un libro para asumirse como escritores profesiones.
El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, se ha esforzado por sacar a la luz autores jóvenes que tienen una producción literaria pero que no han sido altamente difundidos. Sin embargo, no ha explotado con suficiencia el apoyo que le da la Biblored; no se ha esforzado en definir el público que quiere atraer y por lo tanto no tiene una gran acogida.
El Festival de literatura de Bogotá es uno de los eventos mejor organizados. Ofrece una amplia gama de eventos, que abarcan la poesía y la narrativa en sus diferentes formatos –novela, cuento, crónica-. Y que además cuenta con espacios de literatura infantil, literatura para los adultos mayores y eventos musicales.
El Festival La fuerza de la palabra es un espacio muy interesante, en cuanto a que no cuenta con apoyos económicos de empresa pública ni privada. Es un espacio que trata de reunir diferentes generaciones de escritores de diferentes regiones del país. Por eso mismo enfrenta su mayor deficiencia a la hora de divulgar sus espacios, pues, si bien, las redes sociales no implican ningún desembolso, no deben ser los únicos medios de difusión por lo efímero que resulta la información que circula a través de ellas.
Las líneas de su mano y La Semana Visor son eventos que se realizan dentro de la agenda cultural del Gimnasio Moderno y que cuentan con un presupuesto respetable, pero que se empeñan en presentar año tras año a los mismos autores.
Ha habido pocos intentos por entablar una relación entre los festivales independientes y los proyectos editoriales de la misma naturaleza. Y creo que no está de más que se generen dichos lazos, pues si se hace de una manera equitativa representaría beneficios tanto para los festivales como para las editoriales y por supuesto para los autores.
Los gestores culturales deben ser más imparciales a la hora de escoger los autores invitados. Los autores deben asumir con mayor responsabilidad la profesión de la escritura y exigir un pago por su trabajo. Las editoriales deben ser más atrevidas e impulsar a los autores que se dan a conocer a través de estos festivales independientes. Y los lectores y asistentes deben entender que la escritura es una profesión que debe ser valorada como tal. Dentro de estos festivales independientes pueden crearse una serie de eventos pagos que beneficien a los autores y que genere consciencia entre los asistentes. Todo esto para que el elitismo cultural no se perpetúe.